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rescate de vacaciones 4:
reflejos de parís (2000)

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Por Javier Carlo

Foto de: Alberto Uc.

 

Fecha de publicación: 20 de agosto de 2012

Textos de antes de Razón y Palabra.

Anoche recordé las calles solas de Paris: con todos aquellos que fui y con el que ahora soy.

Una más de las cortas noches que dormí en Europa fue el preámbulo para recibir la ciudad, consecutivamente arropada con su estola de nubes, cuyos huecos filtraban la luz del sol aunque no su calor. El Sena corría salpicado de diamantina, producto del escaso sol movido por las ráfagas de viento y salpicado aún más por el paso de los botes en el río. Diez de la mañana. La caminata por el centro me hizo pensar en esos días cuando cruzaba el Zócalo, apurando el paso para no ensimismarme en los rincones del tiempo, una vez concluida la clase en la Academia de San Carlos. Y así, años atrás en la calle de Madero, divagué en otra ciudad de aspecto gris, de aroma frío y de luces asomando por las vitrinas.

Me descubrí como un fantasma de mi propia persona, bajo la llovizna y distante de Christel, quien desfallecía después tanto y tanto caminar. Más allá del mercado, de los expendios, de las librerías, de los puestos de flores, de las paradas de autobús y de los portales del metro; las calles se desdoblaban infinitamente, trayendo a mi memoria recuerdos jamás vividos, anécdotas ya olvidadas y los cuentos que más prefería del Aleph y las Ficciones de Borges. En cierta forma, todo era familiar. Mi otro yo, el universitario que tantas veces se miró aquí, había sembrado imágenes suficientes para crearme la ilusión de estar en casa. Yo en su sueño y él imaginándome.

El frío me sacó del letargo para topar con la risa loca de mi acompañante, quien empuñaba la cámara de bolsillo dispuesta a tomarme una fotografía en el legendario Pont Neuf. Cenizo y más largo de un lado que de otro, este puente fue erigido para unir la isla de la Cité [la isla más grande del Sena y el corazón de la capital francesa] con ambos extremos de la ribera del río. Una... dos… y click. Sobre uno de sus costados, camino al museo de Louvre, Christel y yo advertimos gran cantidad de gatos: fotos, posters y dibujos en los que estos posaban con gran sentido del humor, impregnando nuestro paseo con un toque de ironía y ternura, entre palabras irreconocibles que aludían a la compra en distintos idiomas.

Louvre. Louvre y su pirámide de cristal apuntando al cielo, bajo el crujir amenazante del medio día, rodeado cual hormigas por gente, gente y más gente que luego bajaría al hall, dispuesta a arrebatar un trozo de memoria al museo.  Encajonada en una vitrina, (la) Mona Lisa de Leonardo fue víctima de crudos comentarios venidos de mi persona, hasta que la textura de sus manos los aniquiló. No obstante carece de cejas, puesto que afeitarlas era un símbolo de belleza en tiempos pre-renacentistas, esta “mona” se muestra bastante mona y coqueta, e inspira a llegar algún día a su edad con tal lozanía. Probablemente –ahora sí– me vuelva fan de los menjurjes de Lancôme y de Estée Lauder.

En el patio de las esculturas, al que reincidí en el corto tiempo que tuve para recorrer el museo, me fotografié con mi “homólogo” Luis XV. Acto seguido, visité las salas del palacio, que aún conservan su ambientación original, donde pude observarme en otro espejo de tiempo: no sólo por añorar esa vida de noble que me hubiera gustado vivir, sino por encontrar a un joven muy parecido a mí, obsesionado con las tomas de torsos y antigüedades, que portaba el mismo tipo de cámara fotográfica que yo. Nos miramos de repente, un tanto desconcertados, con la sospecha de saber en qué consistían nuestras vidas. Reímos y cada quien se fue por su lado. Esa tarde –al parecer– volví a ser Napoleón, alguno de los Luises, así como un simpático parisino, al que no veía al menos hace veintiséis años.

Yo en el espejo y él reflejándome.

Christel y yo nos reencontramos cerca de las seis de la tarde para iniciar un recorrido por las librerías, las tiendas y la boutique de El Principito, todas adyacentes al museo. Siguiendo las indicaciones de una señora chilena que reconoció los acentos y se hizo nuestra amiga, agarramos rumbo a Sacré Coeur [en Montmartre]. Con su sombra gris rata, la noche enmarcó el templo bombón que asemeja al Taj Mahal, en tanto que subíamos la cuesta por el teleférico. Adentro rezamos, prendimos velas, visitamos las catacumbas y adquirimos monedas conmemorativas del año 2000, provenientes no del corazón de la basílica, sino de una máquina despachadora. Más tarde paseamos por el barrio de los pintores, en busca de una campana para la colección de mi cuata ecuatoriana.

Temerosos de ser abandonados por el metro [como ocurrió un día antes], prescindimos de la cena y descendimos sobre Paris, ahora incandescente. La luna nos vigilaba y es que... ¿saben?: íbamos como gatitos, acechando la ciudad que poco a poco nos apropiábamos, planeando las aventuras del día siguiente y saboreando las mordidas de una insípida carne que luego nos servirían en el vecino restaurante de nuestro departamento en Saint Germain. Y es que éramos como una de esas tantas fotos vistas junto al Sena. Algo caricaturesco. ¡Miau!

Esa noche, frente a la Luna y a la luna del espejo, volví a descubrir los fragmentos de una vida que jamás viví, los rumores de un sueño hecho letras y la metafísica de estos apurados tres días.

_____________________________________

JAVIER CARLO. Maestro en Administración de Tecnologías de Información por parte del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México, y Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España. Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del ITESM; cuenta con estudios sobre publicidad, desarrollo de proyectos, psicología social y antropología de las organizaciones.

Estratega en comunicación y catedrático. Su experiencia profesional abarca el diseño de programas educativos a nivel superior y la docencia; así como el marketing para medios y el desarrollo de proyectos audiovisuales.

Actualmente es colaborador del Tecnológico de Monterrey, y gestor de proyectos de comunicación.

Contacto:
http://cafeycatedra.blogspot.mx/
jcarlomena@gmail.com
facebook: Javier Carlo
twitter: @javocarlo

[*] Fotografía: Alberto Uc.

 

 


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